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Tenemos que pagar “coyote” para regresar a nuestro país: Migrantes varados en México por COVID

Contenido republicado desde el sítio electrónico de Animal Político

Un grupo de salvadoreños varados en un albergue en Chihuahua pide ayuda para regresar a su país en avión, y no por vía terrestre, donde pueden ser víctimas de delincuencia.

“Es el mundo al revés”, lamenta con una sonrisa irónica José Ángel, un migrante salvadoreño de 36 años. Nunca imaginó que diría que quiere que lo deporten. Que la migra de México, el consulado de su país, las autoridades, alguien, lo suba a un avión y lo mande de regreso a su casa.

Por la pandemia, José Ángel lleva más de un mes varado en un albergue que la iglesia católica tiene en Chihuahua, al norte de México, junto a un grupo de otros 20 compatriotas.

Sentados en sillas de plástico y con las miradas fijas en un celular, los migrantes explican a través de una videollamada que el consulado de su país les dijo que, en este momento, no son una prioridad para repatriarlos porque tienen un refugio. Pero ellos responden que su situación es desesperada: no pueden trabajar, no tienen dinero, y sus familias, con la crisis económica que viene con la pandemia, dependen más que nunca de su trabajo.

Por ello, José Ángel dice que está valorando tomar una decisión drástica: reunir como sea 500 dólares y pagar otro coyote.

Pero, esta vez, no para cruzar ilegalmente a Estados Unidos, sino a El Salvador, su propio país.

La migración al revés.

Migrar en la pandemia

“Migrar en plena pandemia fue una decisión muy arriesgada. Estoy consciente de eso. Pero cuando tienes esposa y dos hijas esperándote en Texas… Eso te da una fuerza, un deseo por verlas de nuevo, que no hay virus en el mundo que te detenga”.

Y, en efecto, a José Ángel no lo detuvo la pandemia.

Lo detuvo la Patrulla Fronteriza estadounidense.

Y, además, justo cuando le quedaba poco para llegar a su “levantón”. A la camioneta que, tras cruzar de Miguel Alemán, en Tamaulipas, a Roma, en el condado texano de Starr, lo debía llevar clandestinamente hasta Houston, donde la meta de reunirse de nuevo con su familia lo esperaba.

Pero algo repentino pasó: el sueño de ver de nuevo a sus niñas, y también los 5 mil dólares que le pagó a un coyote para que lo llevara por todo México en buses, camiones, y ‘jalones’ en carro, hasta cruzar la frontera donde, una vez en casa, debía abonar el resto del pasaje hasta completar los 12 mil dólares pactados con el traficante.

“Ya estábamos en Estados Unidos, caminando en silencio por un terreno, sin hacer ruido -narra el salvadoreño-. Todo iba bien, cuando, de pronto, nos cayó la migra”.

Una vez preso, el migrante dice que un agente le dio un cubrebocas, algo de gel antibacterial, lo subió a la patrulla, y ahí terminó su experiencia norteamericana. A las pocas horas, ya estaba de vuelta en el lado mexicano.

Antes de la pandemia, una devolución así, no hubiera estado permitido por las leyes internacionales de refugio y derechos humanos, al menos en la teoría. Pero, desde el pasado 20 de marzo, el presidente Donald Trump, aprovechando las medidas de protección contra el coronavirus, encontró la excusa perfecta para anunciar una decisión que avala, en la práctica, las deportaciones exprés sin posibilidad de pedir protección: cerrar fronteras a “viajes terrestres no esenciales” y devolver a México inmediatamente a todos los extranjeros que sean arrestados tratando de cruzar sin documentos.

México, por su parte, anunció a través de la Cancillería que aceptará a los connacionales que fueron devueltos de esta manera, y también a los centroamericanos, a los que recibe y encierra en estaciones migratorias antes de expulsarlos.

Pero con el coronavirus, las devoluciones no están siendo inmediatas. De hecho, ante el cierre de fronteras en Centroamérica, México se ha convertido en la antesala de una especie de deportación a plazos.

Así lo publicó el pasado 12 de abril Animal Político en una nota en la que documentó que, en plena pandemia de COVID, México está abandonando a migrantes en la frontera guatemalteca, o los libera en la calle sin recursos y con la prohibición de regresar a la frontera norte, o los aloja en algunos de los pocos albergues de la sociedad civil con espacio para recibirlos.

A José Ángel y al grupo de 20 salvadoreños que está con él, les tocó primero pasar unas semanas en la estación migratoria, en Reynosa, Tamaulipas. Pero, ante el avance de la pandemia, México tomó la decisión de vaciar sus estaciones para evitar contagios en estos centros de detención, habitualmente hacinados.

Como resultado, los 21 salvadoreños fueron trasladados sin mayores explicaciones a un albergue en Chihuahua con un pase de salida de 60 días, pero a más de 2 mil 600 kilómetros del Río Suchiate, la frontera con Guatemala.

“Solo querían deshacernos de nosotros”, comenta José Ángel.

Una vez en el refugio, básicamente, les dijeron que buscaran a su consulado, que tiene oficina en Ciudad Juárez, para que su gobierno se hiciera cargo de ellos y los repatriara.

“Pero nuestro consulado no nos dio respuestas claras”, interviene en la plática Douglas Pérez, salvadoreño de 38 años, que también fue detenido por la Patrulla Fronteriza tras un día entero caminando por el desierto.

Fuente: Animal Político

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