La mañana en el campamento instalado en el estadio Jesús “Palillo” Martínez transcurre en calma, un partido de fútbol en el que el primer gol define a los dos equipos, los de las playeras contras los de sin playeras; un juego que resulta un bálsamo para olvidar la pobreza, violencia y falta de oportunidades en sus países de origen: Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Adentro, los más pequeños, aproximadamente 400 menores de 12 años, se divierten en los juegos, pintando, cantando o se entretienen con los payasos. En tanto, a las cerca de 470 mujeres, las une un sueño: llegar a Estados Unidos para ofrecer un mejor futuro para sus hijos.
Con un niño de nueve meses de edad en brazos y el pesar de haber dejado a sus otros dos hijos en su natal Honduras, Zayra salió para que no murieran de hambre. “Allá no hay trabajo, los niños se mueren de hambre porque no hay trabajo, tiene que salir a buscar trabajo porque si uno no busca trabajo se mueren los hijos de uno”, dijo. Otra cara de la realidad migrante es la de Elizabeth, quien fue integrante de los “Maras” de los 13 a los 17 años. Ahora con 19 años busca una nueva oportunidad del otro lado de la frontera norte de México. “Para salir adelante la verdad y no tener los pensamientos que tenía anteriormente, pues si, seguir en maras porque como a mi casi me matan los de la 18”, refirió la hondureña.
Son 2 mil 652 migrantes albergados en cuatro carpas ubicadas en el estadio Jesús “Palillo” Martínez. Todos con una historia a cuestas y cuyo denominar coincide: pobreza, violencia y falta de oportunidades en sus lugares de origen.